Cuando llegan los días más largos y el calor se instala, no solo cambian nuestras rutinas, también lo hace nuestra manera de comer. El verano no es solo sinónimo de vacaciones, descanso o escapadas. También puede ser una etapa ideal para reconectar con los alimentos, animarnos a probar recetas frescas y adoptar hábitos más saludables que nos acompañen incluso más allá de septiembre.
Según datos oficiales, en estos meses el consumo de helados, refrescos, zumos y cerveza se dispara. Pero elegir bien qué llevamos al plato (y al vaso) es más importante de lo que parece. Porque, cuando el termómetro roza los 40 grados, cada alimento que consumimos puede ayudarnos —o perjudicarnos— en nuestra batalla contra el calor.
1Lo que comemos también nos enfría: claves para sobrevivir al calor extremo

Aunque suene exagerado, en verano un mal alimento puede marcar la diferencia entre sentirnos frescos o deshidratarnos. Y esto no es una cuestión de modas ni de tendencias nutricionales: es una realidad con impacto en la salud pública. El pasado verano, la aplicación MACE (Mortalidad Atribuible por la Calor en España), desarrollada por el CSIC, registró 2.115 fallecimientos por calor extremo. Una cifra que obliga a reflexionar.
La Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) ha sido clara: cuando sube el calor, nuestro cuerpo necesita menos alimento, pero más eficiente. Menos cantidad, más calidad. La dieta mediterránea vuelve a ser protagonista, con su apuesta por platos ligeros, ricos en frutas, verduras, legumbres, pescados y grasas saludables. A esto se suma un ritmo más pausado, más horas en casa y, por qué no, más ganas de cocinar. El verano, pese a todo, también puede ser un momento ideal para reconciliarnos con los fogones, sin sofocarnos en el intento.