Cada vez que vamos al supermercado, tomamos decisiones que, sin saberlo, pueden influir directamente en nuestra salud. Elegimos un yogur, una barra de pan o una lata de atún sin preguntarnos demasiado por lo que significan en realidad esos productos. Confiamos en que si están en las estanterías, deben ser seguros. Pero, ¿sabemos realmente qué alimentos estamos comiendo?
Según una reciente encuesta presentada con motivo del Día Nacional de la Nutrición, un sorprendente 86 % de los españoles admite no tener claro qué es un alimento procesado ni su verdadero impacto en la salud. Lejos de ser un tema menor, esta desinformación revela una fractura importante entre el interés creciente por comer mejor y la falta de herramientas claras para conseguirlo.
2La delgada línea entre el procesado y el ultraprocesado

Esta diferencia no es menor. Es la clave para entender lo que comemos y tomar decisiones informadas. Un alimento procesado es aquel que ha sido alterado de su forma original para hacerlo más seguro o más duradero. Aquí entran productos como el pan, los embutidos curados, las conservas vegetales o los yogures. En muchos casos, estos procesos conservan los nutrientes y mejoran la seguridad alimentaria.
Por el contrario, los alimentos ultraprocesados son el resultado de una intervención industrial más agresiva. Se componen principalmente de ingredientes refinados, con añadidos como colorantes, saborizantes, emulsionantes, grasas hidrogenadas o grandes cantidades de azúcar y sal. Son productos pensados más para gustar que para nutrir. Y aquí hablamos de snacks salados, bollería industrial, refrescos o platos precocinados.
Diversos estudios han vinculado el consumo excesivo de estos productos ultraprocesados con enfermedades cardiovasculares, obesidad, diabetes tipo 2 y otros problemas de salud. No se trata de demonizar la industria, pero sí de exigir claridad: necesitamos saber lo que hay detrás de cada etiqueta.