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Alimentos procesados: el 86% de los españoles no sabe lo que consume

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Cada vez que vamos al supermercado, tomamos decisiones que, sin saberlo, pueden influir directamente en nuestra salud. Elegimos un yogur, una barra de pan o una lata de atún sin preguntarnos demasiado por lo que significan en realidad esos productos. Confiamos en que si están en las estanterías, deben ser seguros. Pero, ¿sabemos realmente qué alimentos estamos comiendo?

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Según una reciente encuesta presentada con motivo del Día Nacional de la Nutrición, un sorprendente 86 % de los españoles admite no tener claro qué es un alimento procesado ni su verdadero impacto en la salud. Lejos de ser un tema menor, esta desinformación revela una fractura importante entre el interés creciente por comer mejor y la falta de herramientas claras para conseguirlo.

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¿Qué significa procesar un alimento? Una duda más común de lo que parece

¿Qué significa procesar un alimento? Una duda más común de lo que parece
Fuente: Agencias

La palabra alimento está presente en todas nuestras conversaciones diarias, pero el término “procesado” despierta todavía muchas confusiones. De entrada, no todos los alimentos procesados son malos, y ahí está parte del problema. Cocinar en casa, congelar, fermentar, pasteurizar o envasar son acciones que también procesan un alimento, haciéndolo más seguro, más duradero y más práctico. Pero cuando escuchamos la palabra “procesado”, solemos pensar inmediatamente en algo negativo, artificial o incluso dañino.

Según la Federación Española de Sociedades de Nutrición, Alimentación y Dietética (FESNAD), esta percepción errónea está muy extendida. En la encuesta realizada a casi 600 personas, el 84 % cree que el procesamiento ayuda a prevenir riesgos microbiológicos —lo cual es cierto—, pero al mismo tiempo, un alto porcentaje sigue creyendo que consumir alimentos procesados es, por norma, perjudicial. El 67 % incluso considera que el procesamiento ayuda a la sostenibilidad, principalmente por su capacidad de reducir el desperdicio alimentario.

La contradicción es evidente: reconocemos los beneficios, pero los asociamos a productos poco saludables. Y lo más preocupante es que no sabemos distinguir entre procesado y ultraprocesado, lo que nos lleva a rechazar productos que podrían ser beneficiosos y a consumir sin reparo otros que sí deberían preocuparnos.

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