En las estadísticas de la siniestralidad vial, hay un dato que se repite cada año como una herida abierta: los motoristas siguen muriendo en nuestras carreteras. Y lo más alarmante no es solo la cifra, sino el hecho de que, pese a las múltiples campañas, reformas y controles, esa cifra no baja. La Dirección General de Tráfico (DGT) está ante un dilema persistente y, hasta ahora, irresuelto.
Solo en 2024, según datos de la DGT, perdieron la vida 286 motoristas en vías interurbanas. Una tragedia que no solo habla de números, sino de familias rotas, de vidas truncadas y de un sistema de seguridad vial que, al menos con este colectivo, no está funcionando como debería.
1DGT: el colectivo más vulnerable que sigue pagando el precio más alto
Desde hace más de una década, los motoristas han estado en el punto de mira de la DGT. No por estigmatización, sino por una realidad dura que exige atención urgente. Entre 2014 y 2024, 2.385 motoristas perdieron la vida en accidentes de tráfico. En ese mismo periodo, se han reforzado controles, se han lanzado campañas específicas e incluso se ha legislado para mejorar su formación. Pero el impacto de estas medidas parece haberse estancado.
El problema es estructural y complejo. Los fines de semana —especialmente los soleados, cuando muchos sacan la moto para disfrutar de la carretera— concentran un alto porcentaje de siniestros. Y aunque la DGT ha intensificado la vigilancia en esos tramos y momentos críticos, los resultados no son los esperados.
Los motoristas, además, suelen circular en vehículos con escasa protección pasiva. Un golpe que para un conductor de coche puede significar una contusión leve, para ellos puede ser fatal. A eso se suma la velocidad, la falta de visibilidad en determinadas maniobras y, en muchos casos, una infraestructura poco amigable para quienes van sobre dos ruedas.
